sábado, 25 de octubre de 2008

¿Quién mató a Rosendo?

“Ese silencio de arriba no me importa demasiado. Tanto en aquella oportunidad –por la publicación de Operación Masacre- como en ésta me dirigí a los lectores de más abajo, a los más desconocidos. Aquello no se olvidó y esto tampoco se olvidará. En las paredes de Avellaneda, de Gerli, de Lanús, ha empezado a aparecer un nombre – por el de Augusto Timoteo Vandor- que hace mucho tiempo que no aparecía. Sólo que ahora va acompañado de la palabra: Asesino”, concluye victorioso Rodolfo Walsh en su libro ¿Quién mató a Rosendo?

Fiel al compromiso que asumió de dar testimonio en momentos difíciles, según él mismo afirmó en la carta dirigida a la Junta Militar en el primer aniversario del último golpe, treinta controvertidos artículos comenzaron a publicarse en el semanario CGT a mediados de 1968, durante la gestión del presidente de facto Juan Carlos Onganía. Ese conjunto de notas fue luego unificado en un libro que concluiría una trilogía de investigaciones inconclusas para la justicia -cómplice según el autor de El caso Satanovsky- pero culminadas con minuciosidad por Walsh.

Resulta extraño o al menos notorio, que la victoria que acogió el periodista con la publicación de sus investigaciones no haya tenido su correlato con la justicia, ni siquiera en tiempos democráticos. Sin embargo, y en propias palabras de Walsh, su objetivo distó de ese final. “Mi intención no era llevarlos -a los asesinos- ante una justicia en la que no creo, sino darles la oportunidad, puesto que se titulaban sindicalistas, de presentar su descargo en el periódico de los trabajadores (…) No quise molestarme en cambio en presentar al juez doctor Llobet Fortuna la cinta grabada y el plano con anotaciones de puño y letra de Imbellony, que constituían una prueba material. Por una parte, no era mi función. Por otra, tenía ya en mis manos una fotocopia del expediente que es en cada una de sus quinientas fojas una demostración abrumadora de la complicidad de todo el Sistema con el triple asesinato de La Real de Avellaneda”, explica el autor de Variaciones en rojo.

El verdadero objetivo de su periodismo comprometido fue, además de humanizar a aquellas víctimas olvidadas por la historia, el de generar conciencia en una sociedad dormida a la que el autor de Operación Masacre samarreó hasta en su última publicación (leer en el anexo Carta Abierta a la Junta Militar). “Te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según como la manejás es un abanico o es una pistola y podés utilizar la máquina de escribir para producir resultados espectaculares”, le confesó Walsh a Ricardo Piglia, en una entrevista concedida en enero de 1973, cuatro años antes de su desaparición. “Con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda de eso”, concluyó enfático el periodista.

¿Quién mató a Rosendo? Es nada más y nada menos, según la perspectiva y la lectura de cada uno, que el resultado del trabajo del periodista y escritor sobre el asesinato de tres militantes obreros en la confitería La Real, el 13 de mayo de 1966. Allí, Walsh logró desmenuzar los hechos policiales y los reconstruyó devolviéndole su esencia y conflicto natural.

Los Hechos

Juan Zalazar, Domingo Blajaquis y Rosendo García, son los receptores de las balas que fueron disparadas desde la mesa que ocupaba el dirigente sindical de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) Augusto Timoteo Vandor. Ese enfrentamiento al que la justicia redujo a un mero choque entre fuerzas peronistas y liberó de cualquier culpa al peronismo burocrático liderado por Vandor –quedando como principal responsable el brazo revolucionario y opositor del movimiento-; fue tan sólo la punta del iceberg de la investigación del libro. Los conflictos internos de la llamada resistencia peronista, durante el exilio de Juan Domingo Perón tras la Revolución Libertadora de 1955, y la división entre los burócratas y los revolucionarios es quizás una trama alternativa que sugiera la pluma del escritor.

Para la reconstrucción de los hechos, Walsh contó con el relato de Francisco Alonso, Nicolás Granato, Raimundo y Rolando Villaflor – todos sobrevivientes de aquella noche-, su abogado defensor, Norberto Lifschitz – quien le acercó el expediente judicial- y la voz oportunamente no silenciada de Imbelloni, un dirigente sindical ligado al vandorismo, quien en su relato evidencia la aparición de ocho participantes más del tiroteo omitidos por la justicia.

Resulta imposible no preguntarse el motivo por el cual Imbelloni, tan ligado al vandorismo, acepta la entrevista con Walsh y aporta a la investigación para judicial que lo beneficiaba. “Rodolfo habló con Imbelloni. Le hace el verso y le dice que quería una entrevista con él. `¡Cómo no, végnase!´, le dice. (…) Fuimos los dos al encuentro y Rodolfo le dijo esa historia que habíamos inventado, que veníamos de España y que el viejo –por Juan Domingo Perón- quería saber toda la verdad sobre lo que había pasado y que directamente le quería cortar la cabeza a Vandor”, recuerda Rolando Villaflor en el libro Rodolfo Walsh, de dramaturgo a guerrillero.

En la conclusión del libro, el autor de Diez cuentos policiales, resalta una serie de imprudencias judiciales que lo llevan a denunciar la complicidad del poder en el encubrimiento de los hechos. La destrucción de pruebas autorizadas por el juez, la inclusión de un tercer grupo –jamás identificado- que habría sido el autor de los asesinatos y el final sobreseimiento de los imputados; son algunas de las evidentes conductas que alejan al autor del accionar judicial descreyendo profundamente de él.

“La investigación en sí fue breve y simultánea a las notas. Cuando apareció la primera el 16 de mayo de 1968, ignorábamos aún los nombres de los ocho protagonistas “fantasmas” que la Policía y los jueces no habían conseguido identificar en dos años (ahora han pasado tres). Nueve días más tarde, los tuve”, desliza el autor evidenciando el accionar cómplice del poder.

Con un objetivo humano claro y explícito en las líneas del libro, Walsh abre una denuncia de un modo hiperbólico. Si bien es cierto que las pruebas no le permiten concluir, al menos de un modo directo, que quien apretó el gatillo esa noche, whisky importado mediante, fue Vandor; los relatos, croquis y confesiones publicados le permiten asegurar con seguridad que los disparos provinieron de la mesa en la que se encontraba el sindicalista –rival de Juan Domingo Perón-.

“Admitiendo que no baste para condenar a Vandor como autor directo de la muerte de Rosendo, alcanza para definir el tamaño de la duda que desde el principio existió sobre él. Sobra en todo caso para probar lo que realmente me comprometí a probar cuando inicié esta campaña: que Rosendo García fue muerto por la espalda por un miembro del grupo vandorista”, concluye el periodista.

La estructura

¿Quién mató a Rosendo? mantiene la estructura elegida por el autor de Un kilo de oro para Operación Masacre, otro relato testimonial del periodista sobre los fusilamientos de 1956 en los basurales de José León Suárez. Una vez más, la investigación es dividida en tres momentos: personajes, hechos y evidencias.

Cabe destacar que el autor decide incorporar en el libro, tres capítulos ausentes en las publicaciones originales del semanario. “Al relato de los hechos aparecido en el semanario CGT, he agregado un capítulo que resume la evidencia disponible; otro sobre sindicalismo y vandorismo, que aporta un encuadre necesario aunque todavía imperfecto”, desliza Walsh en la nota preliminar de la edición de 1969.

Los capítulos destinados a la presentación de los personajes son un recurso que le permite al lector conocer la dinámica humana de quienes fueron las víctimas del relato. La pluma de Walsh esboza, casi como un recurso literario, los complejos contornos y siluetas de quienes vivieron la historia, devolviéndoles su humanidad y cumpliendo con uno de sus objetivos iniciales.

“Para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de sus hechos, y los de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin”, anhela el autor en la nota preliminar del libro.

Nada le haría imaginar al periodista que ocho años después moriría en manos de un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y entraría en una tenebrosa lista de más de treinta mil desaparecidos. De aquellos rebeldes hasta el fin, pocos lograrían conservar su humanidad en la historia al ser minuciosamente silenciados por el accionar gubernamental.

Es inevitable resaltar que la descripción de los personajes agrupa a los protagonistas en dos antagónicos bandos. Quienes son y quienes sólo demuestran ser peronistas, un arduo debate librado por el peronismo resistente. Sin embargo, el autor logra conservar su compromiso con el lector y también presenta a los “opositores” –Vandor, Armando Cabo, Juan Toborna y Rosendo García, entre otros- como seres complejos con disyuntivas, conflictos internos e ingenuidades.

“(…) Y ese fue el momento que eligió Rosendo para decir, tal vez con tristeza o como una simple comprobación, porque ya se iba, el momento que eligió para decir a sus amigos: `justo a mí me la fueron a dar´. Sí, justo a él, el hombre que había crecido demasiado en Avellaneda y en la UOM, el hombre que aspiraba a ser gobernador de la provincia, el único que a corto o largo plazo podía desplacar a Vandor”, resumió el periodista los últimos momentos de Rosendo García.

En la segunda parte de la investigación, Walsh se remite a desarrollar todos los datos que consiguió durante su trabajo de campo. Dentro de ellos, se resalta el croquis que uno de los sobrevivientes dibujó –en el que se pueden identificar a cada uno de los participantes del hecho, la posición de las mesas, quiénes estaba armados y quiénes no-. Además, quien fuera el creador de la Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA) en 1976, dejó en evidencia el accionar cómplice de la justicia, el perseguimiento a los trabajadores y el pobre rol que cumplieron los grandes medios a quienes el escritor acusa de no ahondar en profundidad sobre los hechos.

“-Pero, ¿cómo van a hacer eso? –exclamó el cortador de pizza Carlos Sánchez al ver que los primeros baldazos caían sobre el piso ensangrentado de La Real. ¡No hay que tocar nada!
-¿Y tú qué sabes? –dijo el patrón Hevia.
-Es que yo he sido policía militar en Paraguay.
Los cepillos de goma y los trapos de piso quedaron en suspenso.
-Hombre –repuso Hevia-, si ya estuvieron ellos aquí, y no han dicho que no laváramos. Esta es la hora de la limpieza, así que a limpiar.
Sánchez de todas maneras llamó por teléfono.
-¿Podemos limpiar?
-Sí, claro –le respondieron de la comisaría.
Los mozos volvieron a su tarea. Recogieron vasos rotos, enderezaron las mesas y sillas caídas, lanzaron nuevos baldes de agua sobre las manchas de sangre. En seis minutos la confitería quedó reluciente, como si no hubiera pasado nada”, reconstruye Walsh y agrega: “(...) La destrucción de la evidencia se complementará con el ocultamiento de los protagonistas. A La Real han entrado por lo menos quince. Los mozos mencionan doce porque los tres restantes se ubicaron en otra parte. La táctica consiste en suprimir a los guardaespaldas y presentar solamente a los heridos, a Vandor (no hay más remedio), a Castillo, diputado protegido por sus fueros e inofensivo asesor de Barreiro”.

La tercera parte mantiene vigente el espíritu combativo de Rodolfo Walsh. Allí, el autor intenta dar un marco político en el que explica la dinámica empleada desde el vandorismo, sus quebraduras, sus objetivos y su temor a perder el poder consolidado.

A modo de conclusión y, con las justificaciones ya expuestas, el fundador de la agencia de noticias Prensa Latina expone: “El sistema no castiga a los hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los mantiene. Y Augusto Vandor es un hombre del sistema. Eso explica que en tres años la Policía bonaerense no haya podido aclarar el triple homicidio que nosotros aclaramos en un mes; que los servicios de informaciones, tan hábiles para descubrir conspiradores, no hayan desentrañado esta conspiración; que dos jueces en tres años no hayan averiguado los ocho nombres que faltaban y que yo descubrí en quince minutos de conversación, sin ayuda oficial, sin presionar a nadie ni usar la picana. (…) Esta denuncia ha transcurrido en el mismo silencio en que transcurrió Operación Masacre. No es la única semejanza. Tanto en un caso como en otro se asesinó cobardemente a trabajadores desarmados como Rodríguez, Carranza y Garibotti, como Blajaquis y Zalazar. En mayor o en menor grado estos hombres representaban una vanguardia obrera revolucionaria. Tanto en un caso como en otro los verdugos fueron hombres que gozaron o compartieron el poder oficial: es aes la afinidad que al fin podemos señalar entre el coronel fusilador Desiderio Fernández Suárez, y el ejecutor de La Real, Augusto Timoteo Vandor”.

La historia detrás

A pocas semanas de regresar de Europa, donde el autor de Un oscuro día de justicia visitó a Juan Domingo Perón, Rodolfo Walsh comienza la investigación de los hechos sucedidos en la confitería a escaso mes y medio del golpe de Estado que derrocaría al por entonces presidente radical, Arturo Illia. Algunos biógrafos sugieren que el trabajo fue a pedido del ex presidente exiliado en España quién concebía a Vandor como una creciente figura opositora dentro del mismo movimiento peronista.

“Yo lo conocí a Roberto un tiempo después de lo de La Real. Nosotros estábamos en ese entonces con Alicia Eguren y con John William Cooke en la Acción Revolucionaria Peronista (ARP). No sé si ellos buscaron a Walsh o Walsh a ellos, pero se conectaron; y un día se hace una cita y Cooke nos dice a nosotros que Walsh quería conversar con nosotros. Y nos explica todo: que era un escritor, que era un revolucionario, que era un hombre honesto y nosotros agarramos e hicimos la reunión con él, en la cocina de Raimundo”, relata Rolando Villaflor.

Aunque no se sabe cómo fue el acercamiento entre el representante de Perón en la Argentina –Cooke- y Walsh, el acelerado comienzo de la investigación a pocas semanas de haberse reunido con el ex presidente exiliado en Europa hace que las suposiciones sobre una supuesta petición por parte del líder justicialista resuenen fuerte.

Sin contar con pruebas fehacientes, algunos sugieren que la omisión de la fuerza política que nucleaba a las hombres que acompañaban a las víctimas –por la ARP-, sus proyectos políticos o sus pasos posteriores al asesinato son evidencia del acercamiento ideológico que asumió Walsh a la hora de contar la historia. “Walsh no fue neutral –en buena hora- en esta investigación. Por supuesto que captó la verdad objetiva de los hechos ocurridos aquella noche (…) Pero no fue neutral, porque Walsh escribió los primeros artículos sobre los hechos de La Real en el semanario de la CGT de los Argentinos, se aliaba a él, personal y políticamente, con el peronismo revolucionario (…) Podríamos decir, éticamente hablando, que se alió a la verdad (…) que tomó partido por lo que le pareció mejor y más justo. Y lo mejor eran las víctimas del ataque. Por lo tanto, decidió cuidar sus personalidades”, explica el periodista Enrique Arrosagaray en su libro Rodolfo Walsh, de dramaturgo a guerrillero.

Sobre Rodolfo

“¿Quién fue Walsh? ¿Qué Walsh? Preguntas cuyas respuestas no deberían ofrecer dificultad alguna. Sin embargo, los malentendidos acechan tras ellas. Porque se nos está interrogando en forma solapada e indirecta hacia cuál de sus actividades nos inclinamos, y generalmente se nos suele apurar: ¿el escritor o el militante?”, escribió alguna vez el profesor Jorge Lafforgue. Esa disyuntiva planteada encuentra una respuesta en la propia vida de Walsh.

Rodolfo nació en el 9 de enero de 1927 en Choele-Choele, provincia de Río Negro. Con la publicación de su primer libro de relatos policiales Variaciones en rojo en 1954, obtiene el Premio Municipal de la Literatura en Buenos Aires. El antes y después, como él mismo definió en su autobiografía, llegaría cuando por casualidad, mientras jugaba al ajedrez en un bar de La Plata, el periodista escuchó la ya famosa frase “Hay un fusilado que vive”.

La historia de los fusilamientos en José León Suárez en septiembre de 1955 se convertiría en una obsesión para Walsh quien no tardaría en publicar Operación Masacre (1957). Unos años más tarde, otra investigación lo llevaría a entrar en el fondo del conflicto de la resistencia peronista y editaría, en el año 1969, ¿Quién mató a Rosendo? Cuatro años antes de su muerte, el periodista culminaría con la escritura de otro de los libros que, tiempo después, se convertirían en una lectura obligada para los argentinos: El caso Satanowsky.

Leoplán, Vea y Lea, Mayoría, Primera Plana, Panorama y el semanario de la CGT son algunas de las revistas en las que Walsh colaboró. Sin embargo, así como se preguntó Lafforgue la vida de Rodolfo no se limitaría a la escritura. Durante su primer viaje a Cuba, el periodista además de fundar una de las agencias de noticias más trasgresoras de la época, Prensa Latina, logró descifrar el mensaje clave que advertiría al gobierno castrista de la próxima invasión a la isla por Playa Girón.

Se incorporó a Montoneros en el año 1973 y compartió militancia con su hija Victoria, quien fue asesinada en un enfrentamiento. “En el tiempo transcurrido he reflexionada sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”, escribió el propio Walsh en una carta a sus íntimos amigos.

El orgulloso destino de su hija, se repitió en él. Al cumplirse el primer aniversario del último golpe militar, Rodolfo escribe una carta (ver anexo) denunciando las atrocidades cometidas por las Fuerzas Armadas Argentinas. “Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio”, denuncia Walsh. Ningún medio la publicó. Un día después, el periodista es capturado y trasladado a la ESMA. Hasta la fecha, continúa desaparecido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen trabajo colega, creo que hace unos días que estabas laburando en esta nota. Quedo impecable